miércoles, 19 de abril de 2017

LEYENDA DEL CALLEJÓN DEL DIAMANTE, XALAPA.

Callejón que fue un escenario trágico de una historia de desamor.
Desde la ya lejana época de la colonia y hasta el día de hoy, en el centro de la ciudad de Xalapa se encuentra un angosto y largo callejón, el cual es conocido con el nombre del callejón del diamante.
Según relatan los hechos que dieron vida a esta conocida leyenda, una de las grandes casonas del callejón era habitada por un próspero matrimonio formado por una joven mujer criolla hermosa, esbelta, blanca, garbosa, de cabellera como el azabache, labios rojos y mejillas sonrosadas, que sobresalía por su gran belleza y virtud, y que estaba muy enamorada de su esposo, un caballero español galante, el cual correspondía con todo su corazón a ese gran amor que le profesaba su virtuosa mujer.

El día en que se comprometieron en matrimonio, el caballero obsequió a su hermosa prometida un extraño y bello anillo con un diamante negro, que según supersticiones tenía el poder de fortalecer el amor de la pareja, y que también era capaz de delatar alguna infidelidad de la esposa; este anillo, al ponérselo en el dedo reflejaba un extraño contraste con lo blanco de la piel de la joven, dando el aspecto de un ojo diabólico, la joven lo recibió llena de alegría y le hizo la promesa a su novio que nunca se iría de su lado.
Pero a pesar de tal promesa, un día que su esposo estaba de viaje, la joven visitó a uno de los mejores amigos de él, con lo cual en esa ocasión llegó a cometer una infidelidad al entregársele al amigo de su marido. Durante el tiempo que pasó al lado del desleal amigo, la mujer se quitó el anillo y lo depositó en un buró que estaba a un lado de la cama, siendo el caso que, por distracción, al terminar de engañar a su esposo, se fue a su casa olvidando llevarse el anillo.

Era tal la amistad que sentía el esposo de la joven por su amigo, que al regresar de su viaje no se fue a su casa, antes pasó a saludar a su buen amigo, al que encontró durmiendo la siesta en su recamara, llevándose la desagradable sorpresa de ver que en una mesita junto a la cama se encontraba el anillo de su mujer, sin hacer el menor ruido lo tomó, y salió con rumbo a su casa.
Cuando llegó al domicilio fue inmediatamente a donde estaba su esposa, y besándole la mano confirmó que no tenía puesta la joya, sacó una daga de empuñadura de oro con incrustaciones de rubíes de su cintura clavándosela en el pecho a la mujer, la cual murió instantáneamente, depositó el anillo de diamante negro encima del cadáver, y acto seguido desapareció de la casa para siempre, ya que nadie volvió a saber jamás de él.
La gente de los alrededores, exclamaba: ¡Vamos a ver “el cadáver del diamante”! Poco a poco la expresión cambió y solo decían ¡Vamos al Callejón del Diamante! Nombre que la tradición ha mantenido a través del tiempo.

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